Rociana 2025: Tras tu cruz nunca atardece

Hay tardes que no se olvidan. Tardes que se escriben con mayúsculas en la historia de los pueblos porque logran conjugar lo divino y lo humano en una misma escena. Y el sábado 14 de junio de 2025 en Rociana fue, sin duda, una de ellas. El calendario marcaba el comienzo de la canícula, pero el calor que se sentía iba más allá de lo físico: Era un fuego interno, una expectación encendida por semanas de espera, de escuchar marchas en bucle, de seguir cada estreno en el canal de la Banda… Era, en definitiva, la antesala del reencuentro con el Señor de la Cena.
Ya desde primeras horas de la tarde, el ambiente en Rociana era distinto. El pueblo entero parecía contener el aliento ante lo que estaba por venir. En esta ocasión, no era un acto cualquiera: Se trataba de una cita sin precedentes, con todo el peso de la tradición y la emoción de lo novedoso.
Porque si bien la Banda de Las Cigarreras ya había pisado estas tierras en otras ocasiones, lo hacía ahora con un formato distinto, más íntimo, más sentido, pero también más espectacular. Se trataba de un reencuentro con la memoria, pero también con el presente.
El atardecer onubense no quiso quedarse atrás. Sobre Rociana, el cielo se teñía de un amarillo crepuscular, como si el sol supiera que debía quedarse un rato más, para acariciar las nubes con sus rayos y servir de telón a una escena casi mística. Era la belleza sencilla de un pueblo entregado, el aire perfumado de incienso y promesas, los abanicos danzando en cada esquina para espantar el calor… y la expectación de un cortejo que comenzaba a formarse.
El tiempo parecía detenerse cuando, finalmente, las puertas se abrieron. La salida se convirtió en un suspiro. Ave María rompió el silencio emocionado y llenó el aire con su dulzura solemne, seguido por la Marcha Real y la imponente marcha Los juicios del Hijo de Dios. Comenzaba así un recorrido que sería recordado por generaciones como la noche de las cruces.
Lo que vino después fue un espectáculo de emoción y fe. Tras las primeras revirás, entre aplausos sentidos y rostros con lágrimas, sonó la esperada tetralogía que no se interpretaba desde aquella mágica noche en Heliópolis. Volvió la memoria de aquel instante, pero ahora enmarcada por las calles de Rociana, que se volcaron por completo: Hermandades, vecinos, representaciones de toda índole quisieron arropar a la Santa Cruz.
Subiendo la cuesta, la escena cobraba aún más fuerza. Los costaleros, jóvenes herederos de una tradición centenaria, avanzaban con mimo, con la dignidad de quienes entienden que llevan sobre sus hombros no solo un paso, sino todo un legado. La cruz seguía su curso y, en un emotivo alto, se detuvo ante quienes la vieron nacer. Lágrimas, abrazos y oraciones se mezclaban en ese instante de comunión.
El itinerario no fue sólo un recorrido físico. Cada calle se convirtió en un Misterio en un momento para el recogimiento y la belleza. Desde el Antiguo Simpecado en la calle Escondía hasta Sevilla o Huelva, pequeñas paradas de fe que no las cigüeñas quisieron perderse.
- Primer Misterio en calle La Fuente, 115: Santa Cruz de la calle Cabreros.
- Segundo Misterio en calle Sevilla, 50: Santa Cruz de la calle Candao.
- Tercer Misterio en calle Sevilla, 33: Santa Cruz de la calle Sevilla.
- Cuarto Misterio en calle Sevilla, 1: Santa Cruz de la calle Nueva.
- Quinto Misterio en calle La Fuente, 63: Santísima Cruz de la calle La Fuente.



Cada marcha tenía su razón de ser, su carga simbólica: ¡Victoria!, Al Señor de la Sagrada Cena, Inspiración, Alegoría de la fe, Sobre los Pies te Lleva Sevilla, Soberano y por supuesto, En mis recuerdos… Y en la otra Orilla… Cada compás, una oración. Cada golpe una ilusión de los que se fueron y ya no están con nosotros…
Cuando el reloj marcaba cerca de las 00:30 horas, el cortejo volvía lentamente hacia su punto de partida. La noche caía y el cielo, ahora azul profundo, hacía brillar como nunca la orfebrería del paso mostrando con claridad el rostro del Señor Resucitado, escoltado por la fuente que parecía brotar con vida propia entre vítores, rezos y silencios cargados de emoción.
Las palmas antecedieron a los compases de Agnus Dei y Costalero del Soberano, mientras el pueblo aplaudía de pie, rendido, conmovido, agradecido.
Y entonces, cuando parecía que todo había pasado, Ave María volvió a sonar cerrando el ciclo más perfecto de todos, esta vez envuelto por el estallido de fuegos artificiales.
El Ángel de la Fama, aún con el calor de la tarde en sus alas, regresó a su lugar de descanso en Arte Sacro. Al día siguiente, como manda la tradición, con su romerito en manos y el recuerdo de una noche mágica aún latiendo, puso rumbo a Carrión.
La historia continuaba, pero ya nada sería igual. Rociana vivió una jornada irrepetible, y lo hizo como sabe: Con el alma en las manos y la música como estandarte.
