Víspera del Corpus 2025: Hacia el altar con su música

La tarde caía, pero no refrescaba. Era Sevilla en su plenitud de junio, 18 de junio de 2025, víspera grande, víspera del Corpus, y el calor, ese calor que parece tener fe, no daba tregua. Aún así, o quizá precisamente por eso, todo parecía tener más alma. La ciudad entera respiraba a compás de víspera, bandas inundaban el centro de su música, pero de todas ellas una anuncia el momento en el que Jesús instaura la Eucaristía. A esa hora en que el sol se recoge tras los tejados antiguos y la luz se vuelve ámbar, dorada, como el pan eucarístico que al día siguiente cruzaría las calles.
Eran las 21:30 horas y ya no cabía un alfiler en la Iglesia de Los Terceros. No era una simple cita musical. Era una convocatoria del alma, una llamada íntima a la memoria y al corazón de los cofrades, cofrades que cerrarían un ciclo entre cornetas y tambores.
Organizado por el Consejo de Bandas y el Ayuntamiento de Sevilla, el concierto de Las Cigarreras en Los Terceros se ha convertido en uno de esos momentos que se esperan todo el año con la certeza de que será algo más que música. Será un encuentro con el señor que se hace presente en el altar, que se entrega por nosotros. Qué mejor que esos músicos para demostrarnos el ejemplo de entrega a su música, al que acompañron por primera vez décadas y décadas atrás… Y lo fue.
Un templo que fue relicario
La Iglesia de Los Terceros se convirtió en relicario de sonidos y emociones. Allí al anochecer sonó la Sevilla eterna. Las filas ocupadas por quienes sienten, más allá de la estética, que la música procesional es una manera de rezar, de acercarse «al de arriba» para sentarse con él a la mesa.
Por los rincones, los cofrades de siempre, los de chaqueta ligera y rostro curtido por primaveras. Y entre ellos, el vaivén de abanicos, ese lenguaje mudo tan sevillano que compite en arte con las propias partituras. Porque cada vez que la palillera marcaba el inicio de una marcha, respondía un soplo, como si el calor y la música hubieran ensayado juntos. ¡Qué calor hacía en los Terceros!
Las columnas del templo parecían respirar. El incienso no era necesario: el perfume de la espera, de la tradición, del gozo de vísperas, lo inundaba todo. En Sevilla hay días que son preludio, y el del Corpus es uno de ellos. Pero lo vivido anoche no fue sólo un preludio, sino una consagración anticipada.
Una selección que fue un Evangelio
Entre recuperaciones, novedades musicales de la temporada y guiños al Domingo de Ramos y el Jueves Santo 2025, la selección del concierto iba más allá del plano musical para entrar en el espirutual…
Abrió el concierto Cristo del Perdón. Sonó como una letanía en la noche, con la solemnidad de los momentos que sólo pueden vivirse una vez al año. Luego llegó Nuestro Padre Jesús «El Cautivo», con ese quejío sobrio, esa música que no llora, pero duele. Y como culmen de ese primer bloque, Madrugá sevillana, que hizo que muchos cerraran los ojos, evocando la penumbra violeta del Gran Poder o el crujir de su canastilla.
Hubo un instante —silencio, leve, justo al acabar esa marcha— en que todos supimos que lo que venía después no era concierto, era Pasión. Y lo fue. Soberano, con sus giros y ese sabor a clásico. Sanctae Crucis fue palabra hecha música, cruz de luz sobre el corazón de cada presente. E Y fue azotado fue el eco del látigo que enmudece, la marcha que no se aplaude, porque el alma aún tiembla cuando suena este clásico contemporáneo.
Y entonces, cuando parecía que no podía haber más, llegaron las oraciones finales. Agnus Dei se elevó como un suspiro, como si las bóvedas de Los Terceros se abrieran al cielo. Y como en una comunión sin pan, Cantemos al Amor de los Amores nos fundió a todos en una misma plegaria. Muchos la entonaron, con la voz baja pero el corazón alto, como se canta en la procesión del Corpus.
El mismo final que se interpretará tras el misterio de la Cena. Porque todo es uno. Porque la fe tiene un hilo invisible que cose días, sonidos y silencios.
