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Viernes Santo 2025: El atardecer más romántico de Sevilla

Viernes Santo 2025: El atardecer más romántico de Sevilla

Recién entrada la tarde de Viernes Santo, el fajín «morao», una vez más, atado a nuestros cuerpos. Y con las ganas acumuladas de estos dos últimos años, una vez dadas las 16:15 horas del Viernes Santo, y como viene ocurriendo desde el año 1986, esperábamos con ansias ver asomar esos candelabros adornados con pequeñas campanillas junto a la puerta de la capilla de La Carretería.

Tras haber vivido una jornada doble de Jueves Santo, y en algunos casos incluso de la madrugá, las ganas eran insaciables, las caras de cansancio desaparecían mientras nos acercábamos al Arenal, pues nos quedaba por vivir una jornada cigarrera a más no poder. Con una fuerza digna de cualquier divinidad en torno a las 16:45 horas los sones cigarreros inundaron el Real de La Carretería de Sevilla, dando comienzo a una nueva estación de penitencia tras el Señor de la Salud.

El barco de carbón del arenal avanzaría sus primeros metros con melodías solemnes como El Santísimo Cristo del Amor y La Carretería. Creando un ambiente lúgubre a la par que romántico, entre el público podíamos diferenciar expresiones de llanto y alegría, pues el Señor de la Salud recorría de nuevo, y tras dos años de espera, las calles de Sevilla.

Al transcurrir por los aledaños de la capilla de la Hermandad del Baratillo dedicamos un pequeño pero emotivo homenaje a dicha hermandad y sus sagrados titulares, con motivo de la Coronación que vivieron en 2024, sonó por primera vez un Viernes Santo la marcha Reinas del Baratillo, de nuestro querido Raúl Castizo, un gran baratillero.

Pocos minutos más tarde, llegaría uno de los momentos de los cuales, a título personal, recuerdo con más cariño y melancolía de toda la jornada.

Entre la estrechez de los naranjos de la calle Barcelona, con una mezcla aromática de incienso y azahar, y bajo el cálido manto de la tarde sevillana, interpretaríamos Y fue azotado, tras una mágica revirá y esperando al momento culmen de la obra, el misterio de las tres necesidades rompería el paso de manera elegante, logrando consumar un momento difícil de borrar de la memoria de cualquiera de los presentes.

Con un mágico ambiente, y con ansias de encarar Tetuán, discurríamos con por la Plaza Nueva con sones más clásicos, como Santísimo Cristo de las Tres Caídas. Y recorriendo los últimos metros antes de entrar en carrera oficial, se tocarían piezas como La Sentencia de Cristo, Maestro o Virgen de la Salud.

Pasadas las 18:00 horas la plaza de la campana fue testigo de un binomio sublime, bajo los sones de Luz de Misericordia, Réquiem, y El Cachorro el Señor de la Salud pasó por campana de manera efímera a la vez que eterna, ya que todo aquel que mirase al señor, guardaría en su retina un recuerdo imborrable.

El discurrir de la cofradía hasta la Santa Iglesia Catedral serviría como preludio de lo que acontecería al salir de ella. Por Sierpes y hasta la Avenida de la Constitución se tocaron marchas de corte clásico, así como Cristo de las Siete Palabras, Ego Sum, Misericordia Isleña… Pero sería a partir de las siete y media de la tarde del Viernes Santo cuando el ambiente se tornó de manera drástica, exponiendo por las calles de Sevilla una reliquia artística de un nivel inconmensurable.

Cayó el atardecer más romántico de Sevilla, y bajo los pies de la portentosa muralla del Real Alcázar y la mirada de la Giralda, comenzaría un recital artístico al aire libre. Ostentoso, el Señor de la Salud paseaba por las calles de Sevilla con melodías cigarreras, sonarían Dulce Nombre de María, Amor de Madre, o Crucifixus, obra dedicada al titular de esta hermandad y caracterizada por su marcado dramatismo.

Momentos más tarde, una sensación jamás experimentada ahondaba en mí y en muchos de mis compañeros, algo me llamaba a observar fijamente la cruz del señor, y yo, de manera incansable, así lo hacía, dedicando de esta manera la totalidad de mi música al señor. Probablemente fuese por la atmósfera del momento, pues pasábamos por el Hospital de la Caridad interpretando obras conmovedoras como Cordis Mariae o Ave María.

Pero fue en Dos de Mayo cuando muchas de las almas presentes se hicieron añicos. Las puertas del templo de Las Aguas se encontraban abiertas, así como el corazón del Santísimo Cristo de las Aguas se abrió a nosotros, luciendo a las puertas de la iglesia de manera portentosa.

El ambiente mezclaba ápices dramáticos y un romanticismo derrochador. La estampa era inigualable. Y en dos revirás que quedaran para la fraternidad, se interpretaron Señor de Sevilla, Agnus Dei, Sanctae Crucis, y nuevamente, Crucifixus. El público, boquiabierto, la Catedral aplaudía a lo lejos, y la luna lucía envidiosa por no poder haber vivido aquel momento de manera más cercana, pues se estaba encargando de alumbrar las calles del arenal desde el cielo de Sevilla.

Llegamos a Rodo, un nuevo Viernes Santo estaba por consumarse, y con Refúgiame, obra que celebra su 30 aniversario, avanzábamos en busca del Real de la Carretería. Sones solemnes empapaban esta estampa, y tras oír dos increíbles saetas y asimilar lo que quedaba por venir, el misterio de las tres necesidades encaraba su última revirá.

Un ambiente mágico fue colmado por una marcha mágica. En mis recuerdos… sonaría, y tan elegante como siempre, el señor escucharía sus melodías cigarreras y nos regalaría otro momento para la perpetuidad rompiendo el paso a compás y encarando sus últimos metros, ya en la calle Real de la Carretería.

El público rompió a aplausos, pero rápidamente recordó que Dios había fallecido. De la nada, un tambor destemplado rompería el silencio, sonaba La Carretería, anunciando el fin de un Viernes Santo y arrancando las ultimas lágrimas de la jornada. A su vez, la voz de Juan José Cobos guiaría a la perfección a los costaleros en una milimétrica maniobra a realizar para devolver al Señor a su templo.

Rodeados de fieles, fuimos participes de la elegancia del arenal hecha cofradía. Podemos decir a viva voz que cerramos una nueva jornada por lo más alto, pudimos rezar a través de nuestros instrumentos y despertamos una inmensidad de emociones. Es por ello por lo que, llenos de satisfacción y añoranza, sentimos que pusimos el broche de oro a un nuevo viernes santo.

Información del autor
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Alejandro Alonso González
Colaborador. Componente en la cuerda de cornetas.
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