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Miércoles Santo 2025: Y sí, al final el cielo se abrió por ti

Miércoles Santo 2025: Y sí, al final el cielo se abrió por ti

Eran las siete de la mañana, el día despertaba tímido, frío, las nubes queriendo rasgar un cielo que nos dejó sin el broche dorado en San Lorenzo, un cielo que también nos arrebató dormir con aquel sonajero de la bellísima imagen que saliera de la misma gubia que la del Señor moreno de la calle Orfila que con túnica de piel de camello nos volvería a regalar ese 16 de abril la imagen de un Señor que abre los brazos ante un mundo que solo hace cerrarlos.

Expectación, dudas, después del golpe del día anterior, no había quien mirara el tiempo. Ese porcentaje a la hora de salida seguía llevando el pulso de lo que sentíamos en ese momento. Un porcentaje que al tiempo calmaba y al tiempo erizaba, más después de lo vivido en los últimos meses.

Las calles vacías, aún llenas de esos charcos que se apoderaron del suelo de la ciudad en la madrugada del martes al miércoles, en la víspera, en la espera.

Basta con acercarse al entorno de San Andrés para comprobar que efectivamente el día era distinto. Amanecía toda la calle engalanada, las vallas se preparaban. Se cumplían los rituales, la misa, los lazos en la solapa, las pegatinas de los pequeños y todo un reguero de monaguillos que anunciaban que sí que hoy era el día y que pese a todo y ante todo lo que dentro se hervía, Dios volvería a abrir sus brazos en pleno epicentro de nuestra Semana Santa.

La salve de la Virgen sirvió de aliento para todos los que allí nos encontrábamos, un año más dándole las gracias por ser la Regla y Norma de nuestras vidas, por ser esa espiga que nos alimenta siempre por dentro, nos acompaña y nos cuida. Todo estaba en su sitio, el olivo, las flores y todas y cada una de esas espigas que nos recuerdan a tantos y tantos panaderos que hoy la verán salir desde un humilde balcón del cielo.

Si la capilla es pequeña, imagínense aquel día, visitas, flores, recuerdos y encuentros de conocidos y desconocidos, de las caras de siempre y de otras nuevas. ¿A qué hora cierra? ¿Saldréis? ¿Dónde sonará Sanctae Crucis? ¿Y Victoria? ¿Y el palio? ¿Volverá a su esplendor en el repertorio? ¿Dónde irán sus marchas? Eran momentos de recordar y sobre todo de que te hicieran recordar aquello que viviste, pues desde aquellos años dos mil diez y dos mil once en el que se coronó y trasladó a Madrid, son muchas las familias que vienen en su búsqueda para recordar cómo la vieron en pleno mes de agosto por la capital.

Cerca de las doce del mediodía llegó nuestro arzobispo Don José Ángel deseando una fructífera Estación de Penitencia y recibiendo picos de los más pequeños de la casa. Estoy seguro que nuestro arzobispo también querría saber cómo llegaría Las Cigarreras a la Puerta de San Miguel.  

Las sonrisas se elevaron como ya es tradición cada vez que conocemos desde aquel mismo punto que la primera de las hermandades del día salía a la calle. En ese momento, todo un suspiro tranquiliza a los más incrédulos con la meteorología.

La mañana llega a su fin cuando las puertas se cierran a la espera de lo que suceda esta tarde. Ahora sí que sí, la suerte está echada y esta vez parece que solo el viento querrá acompañarnos en nuestra Estación de Penitencia, un viento que seguro hará llegar aún más lejos las melodías de Las Cigarreras.

Tras la tradicional tortilla, picos y ese variopinto que caracteriza la comida del Miércoles Santo en casa, se comenta todo aquello que da de sí este año, empiezan las apuestas, cómo será volver a ver al de la antorcha con capucha, dónde se marcará el mejor estreno de este año, dónde sonará nuestros imprescindibles de Las Cigarreras y por supuesto cuántos minutos durará esta vez el parón en el Duque, tradición tan arraigada como que te den un pico al ver la cofradía.

Tras una leve cabezada toca ir al centro a buscar las hermandades vecinas que ya ponen rumbo a la Santa Iglesia Catedral, o mejor dicho, sortear todas y cada una de las hermandades que parecen tejer un perfecto cuadrado, rodeándote y poniéndote difícil llegar a cualquier punto. Por Ponce de León y hasta Laraña La Sed, por el Salvador y Cuna San Bernardo, por el Duque y Trajano El Carmen y El Buen Fin y por si no fuera poco en el Arenal ya casi todo está cortado a la espera de la salida del Baratillo.

Llegada la hora marcada toca llegar a la capilla, esta vez antes de las seis. ¡La yincana ha comenzado! Es más fácil entrar en el Falla que llegar a la calle Orfila. Con todos los reajustes horarios que sufre esta jornada de crucificados y gran número de nazarenos la única forma de acceder es llegar con una de las hermandades que se adentran en la calle.

En este caso, elegí la que transitaba dirección Cuna hacia Orfila la hermandad de San Bernardo, a la cual siempre hay que agradecer por las facilidades que brinda siempre a todos esos hermanos panaderos que nos dirigimos al colegio o a la calle Orfila a realizar la Estación de Penitencia.

Y entre capirotes negros y túnicas moradas de esas que tanto nos recuerdan a los colores de nuestro Soberano llegamos a las inmediaciones de la calle Orfila. Tan solo las vallas sostienen toda una masa de personas que ese día hacen de esta calle su particular carrera oficial, pues son hasta cinco hermandades las que transitan por allí, algunas como los Panaderos hasta en dos ocasiones en su salida y regreso. Por no hablar de aquellas que transitan muy cerca y que pueden verse moviéndose a penas unos metros. Sin embargo, la mayoría que ven la salida esperan también el regreso de la cofradía. Agotadas las localidades, tan solo unas vallas delimitaban el espacio por donde saldrían los pasos en menos de tres horas.

Tras mostrar la papeleta se accede a la capilla, allí se creaba un microclima que rompía en pedazos el bullicio característico de tener una cofradía de capa pasando con cornetas y tambores por la puerta. El paso del Señor lucía completamente centrado, no le faltaba nada, un mero empujón para sacarlo a flotar por las calles de la ciudad.

En el interior solo se oían instrucciones a unos diputados que pronto partirían al colegio donde organizarían los tramos y se iría montando la cofradía como un puzle, todo encajado a la perfección para que los más de mil nazarenos se sientan como en casa.

La hora estaba marcada, tocaba subir, sí subir, pues para quienes lo desconozcan la capilla alberga toda una casa en su interior, con hasta tres plantas y muchos huecos que aprovechar para guardar todo el patrimonio durante el año, huecos que se llenan de nazarenos y hermanos en la tarde noche del Miércoles Santo.

Tras subir aquellas escaleras estrechas que cada año parecen tener los peldaños más grandes, toca cumplir el ritual, empezando por vestir a los más pequeños monaguillos, aquellos que nerviosos te preguntan cada año cómo es eso de la bulla, qué hacer si se quedan sin incienso o que te preguntan con inocencia si no echas de menos llevar la naveta como ellos. Los mismos que agotan los gummys preparados por si se baja el azúcar nada más salir por la puerta.

Los nervios afloraban, y más aún cuando tras rezar juntos un leve chispeo se oía rozar los cristales de las ventanas. El silencio se apoderó de aquella sala y por un momento todo era el sonido del agua.

Levanté el ánimo y dije esa famosa frase de “yo creo que salimos” a las cuales le sucedieron otras que sirvieron para romper la tensión y sobre todo tranquilizar a los más pequeños, muchos de los cuales se estrenaban. La azotea se llenaba de dalmáticas granates y moradas. Tocaba poner cíngulos y repasar que todos los cuellos estuvieran con el pico hacia abajo y por supuesto asegurarse que todos estábamos fajados, pus era el año del gran estreno de esos elegantes, pero pesados ciriales en el palio que estrenaría nuestra dolorosa coronada quince años después.

El chispeo insistía y dejaba su rastro en las albas blancas que no veían la calle desde aquel añorado Vía Crucis de Cofradías del año 2022 en el que nuestra Banda de las Cigarreras portó a nuestro titular.

Desafortunadamente, los ánimos dentro de la capilla decaían, el desconcierto era notable. Todo parecía tornarse como hace ya un año. Todo roto de nuevo, aplastado por una leve llovizna. Sin saber qué sucedía tuvimos que bajar a la hora prevista.  

El hecho de estar al descubierto hace que todo se nos note en la cara, cuando digo todo es todo. A penas se podía avanzar por aquellas escaleras abarrotadas de capas moradas que esperaban la hora, un momento que parecía no llegar nunca.

A duras penas llegamos al altar donde hace un año esperamos la decisión que ninguno queríamos oír. De pronto, un golpe seco enmudece el murmullo del interior. Era la puerta, ahora sí que sí, zarpa el barco. Ya sí que no hay vuelta atrás. Con apenas movilidad y sin quemar a nadie encendí el carbón del incensario. Pronto una humareda negra llenó el altar mientras aprovechando la altura con la otra mano ayudaba a pasar los enseres y últimas varas que faltaban aún por repartir.  Todos nerviosos como un niño esperando a la borriquita en la rampa. Ha sido un año duro, convulso, pero todo por al menos unos instantes parece ponerse en su sitio.

La luz fuera, los acólitos en el dintel y todos unos metales preparados para poner en la calle el barco de San Andrés. El banderín se elevó sobre un cielo algo encapotado y la Marcha Real elevó los aplausos cuando el olivo se asoma al dintel de la capilla. El incienso comenzó a apoderarse de aquella calle y el rostro del Señor cobijado bajo un olivo con varios izquierdos y sobre los pies comenzaba a revirar ante un reguero de cámaras que querían captar el momento.

A un ritmo quizás algo más acelerado a lo que estamos acostumbrados, comenzó a avanzar el misterio dirección a la plaza. Es en este momento echar la vista hacia delante permite ver tantos y tantos rostros que se vuelven a conmover al mirar aquella escena que tallara Castillo Lastrucci.

El misterio avanzaba y el viento parecía querer llevarse las plumas de aquellos romanos que surcaban la delantera del paso. La estrechez de Daoiz nos volvió a regalar al igual que más tarde con Francos esa mezcla de sonidos entre las palilleras y el roce del olivo con los balcones. Inspiración y Hasta siempre, Soberano pusieron banda sonora a los primeros compases ante el dorado de un misterio que aún brillaba con los rayos de sol.

Con aquellos últimos rayos de luz aún presente llegábamos a las inconfundibles vueltas de San Miguel, allí el paso hizo las delicias de los que allí se encontraban, avanzaba muy poco casi con los acólitos sobrepasando a los nazarenos del último tramo, estampa que nos permitía tener muy cerca al Señor y que ofrecía a la cuadrilla del misterio espacio para retenerlo allá por donde pasaba levantando los aplausos de unas aceras abarrotadas.

Transitadas aquellas calles del barrio, llegamos a la Campana. Se encontraba abarrotada, un hervidero de emociones donde apenas cabía un suspiro. Y así, revirá tras revirá, sin apenas espacio para el tambor, tocaba frenar el ritmo, contener el ímpetu. Si elevaba la mirada, podía ver al palio de la Virgen de la Caridad adentrándose con solemnidad en ese gran teatro al aire libre. La espera se hizo larga, pero mereció cada segundo. La amplitud de la Campana contrastaba con la apretura de las almas, que contenían la respiración ante la llegada de los sones cigarreros. Con Silencio, ante Herodes… El Hijo de Dios de Cristóbal López Gándara, comenzó a escribirse un momento eterno. Luego Ante Pilatos… El Hijo de Dios, también de Gándara, sumió al público en la contemplación más íntima. Y tras ella, Y en la otra orilla… de José Carlos Garrido Moreno, cruzó con dulzura un misterio que claramente distingue dos lados de una escena donde el Señor queda en el centro, el bien frente al mal, el poder frente a la libertad, la luz frente a la oscuridad. Sufrimiento que narra a la perfección Gath Shemânîm de Gándara. La plaza de pie no dejó de aplaudir hasta que el misterio ya arriado en los particulares relojes de la calle Sierpes dejaba a toda la banda dentro de la calle Sierpes.

Desde allí hasta la Catedral la hermandad se comprimió para recuperar el retraso acumulado de la jornada regalándonos una estampa histórica en la que se apreciaba a la perfección el paso de palio muy cerca al del Señor.  Tocaba disfrutar de esas marchas clásicas tan olvidadas en nuestra Semana Santa y que tanto bien le hacen al andar del Soberano Poder.

Pasados los Palcos, el misterio alcanzó la avenida donde para sorpresa de todos hizo las delicias de los que allí se encontraban, cambios y más cambios. No estamos acostumbrados en la calle Orfila a ver al misterio a tan buen ritmo aproximarse al interior de la catedral. Ya dentro de ella en la oscuridad de sus naves, el incienso aún con más fuerza enmarca la escena mientras recorríamos la recién estrenada Vía Sacra. La lluvia nos regaló un bello instante, el Soberano Poder en su Prendimiento frente al Soberano Poder ante Caifás, sin lugar a dudas todo un regalo.

Con el misterio ya enfilando la vuelta, tocaba emprender el camino de regreso. El cansancio era evidente en los rostros de la banda, pero también lo era la determinación. Bastaba una mirada para entenderlo todo: eran miradas de quienes saben que aún queda lo más exigente, de quienes respiran hondo para coger fuerzas. Porque si algo define el regreso de esta hermandad, es la intensidad. Marchas encadenadas, sin respiro, en apenas unos minutos.

A los sones de Y fue azotado y Soberano, el misterio subió la Cuesta del Bacalao con una solemnidad estremecedora, para continuar después por la angostura de Francos al compás de Agnus Dei. Desde allí, una marea humana se abría paso en busca de la Plaza del Salvador, donde aguardaba uno de los momentos más esperados de toda la Semana Santa: El estreno de Santae Crucis. Y antes de esa cima emocional, dos joyas la enmarcaban, regalos ya imprescindibles en el alma sonora de la banda: Crucifixus por delante y ¡Victoria! para abandonar una plaza testigo del binomio entre la banda y el Señor.

Ya en la calle Cuna, volvió a latir Gath Shemânîm, como un susurro místico entre saetas y silencios rotos por la emoción. Aquella calle recogía a todos: Los de las aceras, los que corrían tras el misterio, los que lo miraban como si fuera la última vez. Era como si Sevilla entera se hubiese encajado allí. Todos querían acompañar al misterio a su capilla.

La calle Orfila, a lo lejos en penumbra, apenas iluminada por los candelabros que, lejos de ocultar, enmarcaban la imagen de un San Juan que cansado seguía apartando la ramita para ver qué sucede.  Eran cerca de las dos de la madrugada. Sorprendentemente en hora (algo raro en nosotros) cuando el misterio se disponía a entrar. Y lo hizo con Jesús Salvador y Soberano, seguida por el himno de esta casa: Ave María.

Las Cigarreras culminaban así un recorrido completo, algo que no sucedía desde aquel Domingo de Ramos con la Cena. Había cansancio, sí. Pero sobre todo había sonrisas. Sonrisas de quienes, tras un año encerrados en el silencio, volvían a ponerle música al único misterio con olivo de Sevilla que aún conserva intacta la esencia de las cornetas y tambores. Una noche mágica contemplando cómo con el cielo abierto se transformaron, candelabros que dorados son la luz del corazón que golondrinas los enmarcan y un brillo perfecto ensimismado guardaba la razón, el más bello de los cantos y el bello lirio en la flor.

Con el misterio ya en su sitio, sólo quedaba esperar al palio… o al menos escucharlo llegar. Venía cerca. También él cumplía los tiempos. Todo se consumaba. Sólo unas horas más les separaban del reencuentro con el Soberano, que cruzaría la ciudad para volver a su barrio en la mañana del Jueves Santo. Una auténtica maratón para la banda. Brillantes, como siempre. Inolvidables, como nunca.

Miércoles Santo 2025: Y sí, al final el cielo se abrió por ti

Y con ella en el dintel y su palio encendido, entonces entender que… Lo busquen que rebusquen que no hallarán en la faz de la tierra una luz más verdadera, un poder que en el mismo cielo se alce con más fuerza que la que ponen sus hermanos al Dios hecho madera. Y se lo llevarán de nuevo rezándole siempre a su manera, entre izquierdos y costeros al son de Las Cigarreras, delirio de mi noche de compás y  palilleras. El que el pan amasa, el que en el dolor aprieta, el rostro de tu padre y el de tantos que le rezan, el de que tan solo lo ve cuando pasa su parihuela, el que le mira a cada paso, el que abre paso a Ella, el Soberano Poder que en el barco va de vuelta.

Información del autor
Picture of Francisco José Borge Morón
Francisco José Borge Morón
Colaborador en el equipo de comunicación.
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